El Cuento de Francisca y la Muerte es una historia llena de misterio y lecciones profundas. En este relato, se explora el encuentro entre una mujer valiente y la personificación de la Muerte, en una trama llena de intriga y reflexiones sobre la vida y el destino.
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Francisca y la visita inesperada de la Muerte
En un pequeño pueblo, rodeado de montañas y campos de trigo dorado, vivía una mujer llamada Francisca. Era conocida por todos por su gran fortaleza y valentía. Había sobrevivido a muchas adversidades en su vida: la pérdida de su esposo en una tormenta, las enfermedades que habían aquejado a sus hijos, y las penurias de las malas cosechas. Sin embargo, siempre había mantenido su espíritu fuerte y su sonrisa cálida.
A pesar de los desafíos, Francisca tenía una vida tranquila en su modesta casa, con sus hijos ya crecidos. Su vida diaria consistía en cuidar su pequeño jardín, tejer frente al fuego en las noches frías, y compartir historias con sus vecinos en las tardes. Pero lo que más disfrutaba era la paz de su hogar, donde cada rincón le traía recuerdos de su pasado.
Una tarde de otoño, mientras el sol comenzaba a ocultarse tras las montañas, un golpe seco resonó en la puerta de su casa. Sorprendida, ya que no esperaba visitas, Francisca se acercó lentamente y, al abrir la puerta, se encontró con una figura alta y encapuchada. El frío de la tarde se intensificó en cuanto la figura se inclinó hacia ella.
—¿Quién eres? —preguntó Francisca, sin mostrar miedo en su voz, aunque su corazón latía con fuerza.
La figura, con una voz suave pero imponente, respondió:
—Soy la Muerte, Francisca. He venido por ti.
Cualquier otra persona habría retrocedido ante tal revelación, pero Francisca no era como los demás. En lugar de gritar o cerrar la puerta de golpe, la miró con detenimiento, estudiando su figura oscura y misteriosa. Después de unos segundos de silencio, Francisca sonrió con serenidad.
—Si has venido por mí, entonces debe ser mi hora. Pero antes de irme, ¿podrías hacerme un favor?
La Muerte, acostumbrada a ser temida y rechazada, se sorprendió por la calma de Francisca. No era común que alguien aceptara su destino con tanta tranquilidad. Intrigada por la solicitud, la Muerte asintió.
—¿Qué es lo que deseas, Francisca?
Francisca la invitó a pasar y sentarse en su humilde hogar. Luego de prepararse una taza de té, comenzó a hablar:
—He vivido una vida larga y plena, pero no me gustaría irme sin antes haber compartido una última cena con mis hijos. Solo pido un día más para poder despedirme de ellos.
La Muerte, aunque sabía que su deber era inquebrantable, no pudo evitar sentir una especie de simpatía por Francisca. Su solicitud no era egoísta ni desesperada; era el simple deseo de una madre de decir adiós. Después de un breve silencio, la Muerte habló:
—Te concederé un día más, pero cuando llegue el ocaso de mañana, vendré por ti. Asegúrate de estar lista.
Francisca asintió agradecida, y la Muerte desapareció en la sombra de la noche, dejando el aire frío a su paso.
Al día siguiente, Francisca despertó con una nueva apreciación por la vida. Sabía que era su último día, pero en lugar de sentir tristeza, decidió aprovechar cada momento. Preparó un banquete sencillo, con los ingredientes que tenía en casa, y envió mensajes a sus hijos, pidiéndoles que vinieran a cenar.
Sus hijos, al recibir el mensaje, llegaron al caer la tarde, sorprendidos por la invitación repentina. Al llegar a la casa, encontraron a su madre en la cocina, sonriendo como siempre, pero había algo en sus ojos que indicaba que este no era un día como cualquier otro.
Durante la cena, Francisca compartió historias de su juventud, recordó a su esposo con cariño, y les dio a sus hijos consejos para el futuro. Aunque nadie en la mesa sabía que esa sería la última vez que compartirían una comida con ella, el ambiente estaba lleno de amor y gratitud.
Cuando el sol comenzó a ponerse, Francisca se retiró a su habitación por un momento. Miró por la ventana, viendo cómo las sombras se alargaban sobre los campos de trigo, y sintió una extraña paz en su corazón.
Sabía que la Muerte llegaría pronto, tal como había prometido.
Casi al anochecer, mientras sus hijos recogían la mesa, Francisca volvió al salón. Y allí, en la penumbra, estaba la Muerte, esperando en silencio, sin ninguna prisa. Esta vez, sus hijos también podían verla, y aunque estaban asustados, Francisca les hizo un gesto con la mano, pidiéndoles que se mantuvieran tranquilos.
—Es mi hora —dijo con una suave sonrisa—. No tengáis miedo. La Muerte no es nuestra enemiga; es solo una parte más de la vida.
Sus hijos, con lágrimas en los ojos, se acercaron para abrazarla por última vez. Francisca los tranquilizó, asegurándoles que siempre estaría con ellos en espíritu, y que debían continuar viviendo sus vidas con coraje y bondad.
La Muerte, observando la escena, esperó pacientemente. Cuando Francisca estuvo lista, se volvió hacia ella y dijo:
—Cumpliste tu promesa. Has aprovechado este día con sabiduría. Es hora de irnos.
Francisca asintió. Sin ningún rastro de miedo, tomó la mano de la Muerte, y juntas, desaparecieron en la noche, dejando una paz profunda en el corazón de sus hijos.
Fin.
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Esperamos que hayas disfrutado del Cuento de Francisca y la Muerte. Las historias sobre el destino y la muerte nos invitan a reflexionar sobre nuestra existencia y nuestras decisiones. Gracias por acompañarnos en este viaje lleno de misterio y enseñanzas.
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