Explora la fábula de la gallina, una historia llena de lecciones sobre el valor del esfuerzo y la honestidad. En este post, encontrarás varias versiones de esta fábula, cada una con enseñanzas diferentes que destacan la importancia de las virtudes y el respeto en la vida cotidiana.
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La gallina generosa y los animales del granero
En un soleado día de verano, en el viejo granero de una granja, vivía una gallina llamada Graciela, famosa por su generosidad. Graciela no era una gallina común; sus huevos eran de un dorado intenso, y siempre compartía su abundante producción con los demás animales.
Un día, mientras Graciela recogía el alimento en el suelo, se le acercó el cerdo Rómulo, quien siempre se aprovechaba de la bondad de los demás.
—Graciela, ¿podrías darme algunos de tus huevos dorados? No he comido bien en días —dijo el cerdo, poniendo cara de lástima.
La gallina, con su corazón generoso, asintió y le entregó un huevo.
—Aquí tienes, Rómulo. Pero recuerda que este alimento viene del esfuerzo. Cuídalo y agradece por lo que recibes.
Sin embargo, Rómulo no valoró la advertencia. Al día siguiente, volvió a pedir otro huevo, y Graciela, sin dudarlo, se lo dio. Pronto, otros animales del granero, al ver la generosidad de Graciela, comenzaron a pedirle huevos también. Así, la vaca, el pato y hasta el perro del granjero se acercaban cada día para pedirle a Graciela su preciado alimento.
Con el tiempo, la gallina comenzó a sentir el peso del agotamiento. Su cuerpo ya no producía tantos huevos como antes, y cada vez le era más difícil satisfacer las demandas de los demás. Un día, decidió pedir ayuda a sus amigos.
—Queridos amigos, he estado compartiendo con ustedes mis huevos día tras día, pero ya no puedo hacerlo sola. Necesito su apoyo para encontrar alimento y descanso.
Pero los animales, que solo buscaban su propio beneficio, ignoraron su llamado.
—Lo siento, Graciela, pero estamos ocupados —dijo Rómulo con indiferencia.
Desanimada, Graciela se retiró al gallinero, donde decidió cuidar mejor de sí misma y producir huevos solo para quienes realmente lo necesitaran y mostraran gratitud. Con el tiempo, los animales comenzaron a sentir la falta de los huevos dorados y comprendieron que su egoísmo había agotado la bondad de Graciela.
La gallina cuidadosa y el zorro astuto
En el mismo granero vivía una gallina llamada Clara, famosa por ser precavida y muy cuidadosa con sus preciados huevos. Clara sabía que, en los bosques cercanos, había un astuto zorro llamado Zafiro, quien siempre estaba en busca de una oportunidad para colarse en el granero.
Una noche de luna llena, mientras Clara dormía, el zorro Zafiro se acercó al granero y comenzó a planear su entrada. Sabía que la gallina guardaba sus huevos con esmero y que serían un banquete delicioso.
Al día siguiente, el zorro fingió ser un comerciante ambulante y se acercó al gallinero con una canasta de frutas.
—Buena gallina Clara, soy Zafiro, un humilde vendedor de frutas. He traído unas jugosas manzanas que podrías disfrutar. Solo te pido que me permitas recoger uno de tus huevos a cambio.
Clara, desconfiada, le contestó:
—Zafiro, conozco tu fama en el bosque y sé que no eres un vendedor. Te sugiero que te retires antes de que llame al granjero.
El zorro, sin rendirse, decidió intentar otra estrategia. Durante días, Zafiro merodeó el granero, buscando una debilidad en la seguridad de Clara. Pero la gallina, atenta y cuidadosa, reforzaba su refugio cada vez más. Incluso pidió ayuda a sus amigas para vigilar.
Una noche, cuando el zorro creyó que Clara estaba distraída, intentó entrar al granero, pero quedó atrapado en una red que ella había colocado.
—¿Creíste que podrías engañarme tan fácilmente, Zafiro? —dijo Clara con firmeza—. No subestimes el valor de la vigilancia y la precaución.
Zafiro, atrapado y humillado, aprendió que la astucia no siempre es suficiente para obtener lo que uno desea.
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La gallina sabia y la codicia de los animales
En una granja alejada, vivía una gallina llamada Petra, conocida por su sabiduría y buen juicio. Petra tenía el don de poner un huevo dorado cada semana, y todos los animales de la granja la respetaban y apreciaban. Sin embargo, algunos animales comenzaron a sentir envidia por su habilidad.
Un día, el gallo Lorenzo se acercó a ella y le dijo:
—Petra, deberías compartir tus huevos dorados con el resto de los animales. Todos podríamos ser ricos si los dividimos entre nosotros.
Petra, tranquila, respondió:
—Lorenzo, no es la riqueza lo que nos da felicidad, sino la armonía en la granja. Si reparto estos huevos, podrían generar codicia entre los demás.
El cerdo Benito, que escuchaba a lo lejos, intervino:
—No seas egoísta, Petra. Si no quieres darnos los huevos, significa que deseas la riqueza solo para ti.
Petra negó con la cabeza.
—Mis huevos no tienen valor si no se usan con responsabilidad. La codicia trae problemas, y temo que la granja perdería la paz.
A pesar de sus palabras, los animales, movidos por la ambición, se organizaron para quitarle los huevos a Petra mientras dormía. Esa noche, lograron robar uno de los huevos dorados y comenzaron a disputarlo entre ellos. En poco tiempo, la granja se convirtió en un lugar de peleas y desconfianza. Cada uno quería el huevo para sí, olvidando la armonía que Petra había tratado de preservar.
Al final, los animales comprendieron que su avaricia los había llevado a perder la paz. Decidieron devolver el huevo dorado a Petra y pedirle disculpas.
—Tenías razón, Petra. La codicia nos ha separado —dijo Lorenzo, arrepentido.
Petra los perdonó, y la granja recuperó su tranquilidad.
La gallina que soñaba con volar y su amistad con el cuervo
En la misma granja, vivía una gallina llamada Sofía, quien siempre miraba el cielo con añoranza. Sofía soñaba con volar tan alto como las aves que veía surcar los cielos. Un día, un cuervo llamado Darío, famoso por sus largos viajes, notó su mirada y se acercó.
—¿Por qué miras el cielo con tanta intensidad, Sofía? —preguntó Darío.
Sofía suspiró profundamente.
—Siempre he deseado volar y explorar el mundo más allá de esta granja. Pero soy una simple gallina y no tengo las habilidades que tú tienes.
El cuervo, conmovido por su deseo, decidió ayudarla.
—No puedo darte alas, pero puedo enseñarte a planear, aunque sea desde lugares altos. Juntos, podemos explorar nuevos horizontes en esta granja.
Emocionada, Sofía aceptó la ayuda de Darío. Día tras día, el cuervo la llevó a lugares elevados y le enseñó a extender sus alas para sentir el viento. Aunque no volaba realmente, Sofía comenzó a experimentar la libertad que tanto anhelaba.
Sin embargo, otros animales de la granja se burlaban de ella.
—¡Eres una gallina! Nunca podrás volar como Darío —se reía el pato Ramón.
A pesar de las burlas, Sofía no se desanimó. Con el apoyo de Darío, continuó su aprendizaje y desarrolló una nueva confianza en sí misma. Finalmente, aunque no podía volar como el cuervo, Sofía sintió que había alcanzado su sueño de una forma distinta.
—Gracias, Darío. Me has mostrado que el espíritu de volar está en el corazón, no solo en las alas —dijo Sofía, agradecida.
Darío sonrió y le respondió:
—La verdadera libertad está en aceptar quién eres y seguir tus sueños a tu manera.
Desde entonces, Sofía fue reconocida por su valentía y su determinación en la granja, inspirando a otros animales a perseguir sus sueños sin importar las limitaciones.
La gallina y el ratón en busca del tesoro escondido
En una granja tranquila vivía una gallina llamada Estela, conocida por su valentía y curiosidad. Un día, mientras exploraba el viejo granero, Estela descubrió un pergamino escondido en una grieta del suelo. Al desplegarlo, se dio cuenta de que era un mapa que señalaba un tesoro escondido en algún lugar de la granja.
Curiosa y emocionada, Estela decidió embarcarse en una aventura. Sin embargo, sabía que necesitaría ayuda para descifrar las marcas extrañas en el mapa. Fue entonces que pidió la ayuda de su amigo, un ratón llamado Timoteo, quien era pequeño pero increíblemente astuto.
—Timoteo, he encontrado este mapa, pero no entiendo bien hacia dónde nos lleva. ¿Me ayudarías a buscar el tesoro? —preguntó Estela, mostrando el mapa.
El ratón observó el pergamino y sonrió.
—¡Por supuesto, Estela! Con nuestras habilidades combinadas, seguro que lo encontraremos.
Juntos, Estela y Timoteo recorrieron la granja, enfrentándose a diversos obstáculos. Primero, tuvieron que cruzar el arroyo, donde el mapa indicaba un viejo árbol como punto de referencia. Después de buscar entre sus raíces, encontraron una pequeña caja de madera que contenía una pista hacia la siguiente ubicación.
—Estela, parece que estamos en el camino correcto. ¡Sigamos adelante! —exclamó Timoteo, emocionado.
La aventura los llevó a través de campos y colinas. Se enfrentaron al cansancio y a la tentación de rendirse, pero su determinación era más fuerte. Finalmente, llegaron a una cueva en la ladera de una colina, el último destino marcado en el mapa.
Dentro de la cueva, encontraron una antigua caja de madera con inscripciones misteriosas. Al abrirla, descubrieron no solo monedas antiguas, sino también una nota que decía: «El verdadero tesoro es la amistad que se forja en el camino.»
—Timoteo, hemos recorrido todo este camino, y aunque encontramos oro, me doy cuenta de que el mayor tesoro fue tu amistad y ayuda en esta aventura —dijo Estela, conmovida.
Timoteo asintió.
—Y yo aprendí que, sin importar el tamaño, todos podemos lograr grandes cosas juntos.
La gallina trabajadora y el pavo presumido
En la misma granja, una gallina llamada Clara se distinguía por su dedicación al trabajo. Desde el amanecer, Clara se esforzaba en recolectar granos, limpiar su nido y poner los mejores huevos. En contraste, su vecino, un pavo llamado Ulises, era conocido por su vanidad y desprecio por el trabajo duro.
Un día, Clara notó que el granjero había dejado un saco de grano cerca del gallinero.
—Este grano es suficiente para pasar el invierno. Sería una buena idea empezar a guardarlo —pensó Clara.
Ulises, que estaba cerca, escuchó a Clara y se rió.
—¿Por qué trabajas tanto, Clara? El granjero siempre nos da lo que necesitamos. No hay razón para preocuparse por el invierno.
Clara, pacientemente, le respondió:
—Ulises, el granjero cuida de nosotros, pero es prudente prepararse para lo inesperado. El invierno puede ser duro, y quiero asegurarme de tener suficiente alimento.
Ulises no prestó atención y continuó pavoneándose por la granja, mostrándole a todos su hermoso plumaje, mientras Clara trabajaba incansablemente, almacenando granos día tras día.
Con la llegada del invierno, el granjero tuvo menos tiempo para atender a todos los animales. Ulises, al darse cuenta de que los suministros de comida estaban disminuyendo, acudió a Clara.
—Clara, ¿podrías compartir un poco de tu alimento conmigo? No me di cuenta de que el invierno sería tan difícil.
Clara miró al pavo y, recordando cómo la había subestimado, pensó por un momento. Finalmente, le ofreció algo de su comida.
—Aprende de esto, Ulises. La previsión y el esfuerzo son esenciales, incluso cuando parece que todo está bajo control.
Ulises, avergonzado, aprendió una valiosa lección y, desde entonces, se unió a Clara en sus preparativos, valorando la importancia del trabajo.
Esperamos que estas versiones de la fábula de la gallina te hayan dejado valiosas enseñanzas. Gracias por acompañarnos en este recorrido por el mundo de las fábulas, donde cada historia nos recuerda la importancia de los valores. ¡Sigue explorando y aprendiendo con nosotros!