La fábula del Perro del Hortelano es una historia clásica que nos enseña sobre el egoísmo y la importancia de compartir. A través de este relato, descubrimos cómo el comportamiento de no permitir que otros disfruten de lo que no necesitamos puede tener consecuencias negativas.
Si quieres conocer más historias enriquecedoras, puedes visitar nuestra sección de Fábulas Cortas para niños.
El Perro y el Huerto
Había una vez un perro que vivía en una granja, donde tenía a su cargo cuidar del huerto del hortelano. Este huerto estaba lleno de las verduras y frutas más deliciosas que se podían encontrar. Sin embargo, el perro, a pesar de ser el guardián del huerto, no tenía interés en comer ninguna de las frutas o verduras que crecían allí.
Un día, una cabrita hambrienta pasó cerca del huerto. Al ver las suculentas zanahorias y lechugas, decidió entrar para comer un poco y saciar su hambre. Pero en cuanto la cabrita puso un pie dentro del huerto, el perro se lanzó hacia ella, ladrando ferozmente.
—¡Vete de aquí! —gritó el perro—. ¡Este huerto no es para ti!
La cabrita, asustada, retrocedió y salió corriendo sin haber probado ni una hoja de lechuga. El perro, satisfecho, volvió a su lugar en la entrada del huerto, vigilando que nadie más se acercara.
Poco después, un conejo vio las zanahorias frescas y no pudo resistir la tentación de entrar en el huerto. Pero tan pronto como el conejo se acercó a una zanahoria, el perro comenzó a ladrar y lo ahuyentó.
—¡Este huerto no es para ti tampoco! —gritó el perro.
Así, una y otra vez, el perro ahuyentaba a cualquier animal que intentaba acercarse al huerto. Sin embargo, él mismo no comía ninguna de las verduras que guardaba con tanto celo. Los animales del bosque comenzaron a murmurar entre ellos.
—Ese perro es como el perro del hortelano —dijo un zorro astuto—. Ni come ni deja comer.
Y así fue como, a pesar de las abundantes verduras y frutas, el huerto se convirtió en un lugar de tristeza y frustración, porque aunque estaba lleno de delicias, ningún animal podía disfrutar de ellas por culpa del perro que lo guardaba sin necesidad.
El Perro Celoso
En un pequeño pueblo, vivía un perro que había sido asignado para cuidar de un granero lleno de granos y heno. Aunque el perro no tenía ningún interés en comer el heno o los granos, se sentía muy celoso de su responsabilidad y no quería que ningún otro animal se acercara al granero.
Una tarde, una vaca pasó por allí y, viendo el heno fresco, decidió entrar al granero para darse un festín. Pero justo cuando estaba a punto de dar el primer bocado, el perro apareció ladrando furiosamente.
—¡Fuera de aquí! —gruñó el perro—. ¡Este heno no es para ti!
La vaca, asustada por los ladridos del perro, salió corriendo del granero. El perro, satisfecho, se sentó frente a la puerta del granero, decidido a no dejar que nadie más entrara.
Esa misma noche, un burro que había trabajado todo el día en el campo, se acercó al granero con la esperanza de comer un poco de grano. Pero antes de que pudiera siquiera probar un bocado, el perro saltó hacia él, ladrando y mostrando los dientes.
—¡No te atrevas a comer nada de aquí! —gritó el perro.
El burro, cansado y hambriento, se marchó con las orejas caídas, lamentando no haber podido comer. Así, noche tras noche, el perro vigilaba el granero, impidiendo que cualquier animal se acercara, aunque él mismo no tenía interés en el heno o los granos.
Un día, los animales del pueblo se reunieron y hablaron sobre la actitud del perro.
—Es como el perro del hortelano —dijo una oveja—. Ni come ni deja comer.
Y así, el granero, lleno de comida, se convirtió en un lugar inaccesible para todos, por la terquedad y celos del perro, quien prefería guardar algo que no necesitaba, en lugar de permitir que otros lo aprovecharan.
Descubre más historias hermosas en la sección de Fábulas con Moraleja
El Perro del Corral
En un pequeño corral, vivía un perro que tenía la tarea de cuidar las gallinas. Este perro era muy territorial y no permitía que ningún otro animal se acercara al corral. Las gallinas, que eran muy productivas, ponían huevos diariamente, pero el perro no tenía interés en los huevos ni en las gallinas.
Un día, un gato hambriento pasó por el corral y vio los huevos frescos que las gallinas habían puesto. Decidió acercarse al corral para ver si podía tomar uno. Pero tan pronto como puso una pata en el corral, el perro comenzó a ladrar furiosamente.
—¡Fuera de aquí! —gruñó el perro—. ¡Estos huevos no son para ti!
El gato, asustado, retrocedió rápidamente y se alejó del corral sin haber probado ni un solo huevo. El perro, satisfecho con su trabajo, se quedó vigilando, asegurándose de que nadie más se acercara.
Poco después, un pato curioso vio las gallinas en el corral y decidió acercarse para ver si podía hacer nuevos amigos. Pero antes de que pudiera entrar, el perro saltó hacia él, ladrando y mostrándole los dientes.
—¡No eres bienvenido aquí! —gritó el perro.
El pato, asustado por los ladridos del perro, se fue volando lejos del corral. Aunque el perro no tenía ningún interés en los huevos ni en las gallinas, no permitía que ningún otro animal se acercara.
Los otros animales del granero comenzaron a murmurar entre ellos sobre la actitud del perro.
—Ese perro es como el perro del hortelano —dijo una oveja—. Ni disfruta de lo que guarda ni deja que otros lo hagan.
Y así, el corral, lleno de vida y abundancia, se convirtió en un lugar solitario, porque aunque había muchas cosas que disfrutar, el perro no permitía que nadie se acercara.
El Perro y el Manzano
En un campo fértil y verde, había un gran manzano que producía las manzanas más jugosas y deliciosas de la región. Un perro había sido asignado para vigilar el manzano y asegurarse de que nadie tomara las manzanas sin permiso. Aunque el perro no comía manzanas, se tomaba muy en serio su trabajo.
Un día, un ciervo pasó por el campo y, al ver las manzanas brillando bajo el sol, decidió acercarse al manzano para comer una. Pero tan pronto como el ciervo se acercó, el perro comenzó a ladrar y a correr alrededor del árbol.
—¡No puedes comer de este manzano! —gritó el perro—. ¡Estas manzanas no son para ti!
El ciervo, asustado por los ladridos del perro, corrió hacia el bosque sin haber probado ni una sola manzana. El perro, satisfecho con su trabajo, se sentó junto al manzano, vigilando que nadie más se acercara.
Unos días después, un conejo hambriento vio las manzanas caídas bajo el árbol y decidió tomar una. Pero cuando se acercó para recogerla, el perro se lanzó hacia él, ladrando y ahuyentándolo.
—¡No toques esas manzanas! —ladró el perro—. ¡No son para ti!
El conejo, asustado, huyó rápidamente, dejando las manzanas detrás. El perro, aunque no tenía interés en las manzanas, no permitía que ningún otro animal se acercara al manzano.
Los otros animales del bosque comenzaron a hablar sobre el comportamiento del perro.
—Es como el perro del hortelano —dijo un búho—. Ni come las manzanas ni deja que otros las disfruten.
Y así, las manzanas caídas se pudrieron bajo el árbol, y el manzano, lleno de fruta, se convirtió en un lugar donde nadie podía disfrutar de su abundancia, todo por la terquedad del perro.
El Perro y el Establo de Heno
Había una vez un perro que cuidaba un gran establo lleno de heno fresco y fragante. Este heno era perfecto para los animales de la granja, especialmente para las vacas y los caballos. Sin embargo, el perro, que no comía heno, se sentía muy territorial y no permitía que ningún otro animal se acercara al establo.
Un día, una vaca entró al establo en busca de algo para comer. Pero cuando la vaca apenas había mordido un poco de heno, el perro comenzó a ladrar furiosamente y a mostrarle los dientes.
—¡Fuera de aquí! —gritó el perro—. ¡Este heno no es para ti!
La vaca, sorprendida y asustada, salió del establo y se alejó sin haber comido casi nada. El perro, satisfecho de haber cumplido con su deber, volvió a sentarse en la entrada del establo, vigilando que nadie más se acercara.
Poco después, un caballo que había trabajado duro todo el día en los campos, decidió entrar al establo para descansar y comer un poco de heno. Pero tan pronto como el caballo empezó a comer, el perro comenzó a ladrar y a saltar alrededor, impidiendo que el caballo continuara.
—¡Sal de aquí! —ladró el perro—. ¡Este heno no es para ti tampoco!
El caballo, cansado y hambriento, decidió marcharse, dejando atrás el heno que tanto necesitaba. Mientras tanto, el perro se sentía orgulloso de haber alejado a los intrusos, aunque no tenía ningún interés en el heno.
Los animales de la granja comenzaron a hablar entre ellos sobre el comportamiento del perro.
—Es como el perro del hortelano —dijo una oveja—. Ni come el heno ni deja que otros lo hagan.
Y así, el establo, lleno de heno fresco, se convirtió en un lugar de frustración y hambre para los animales que dependían de él, todo por la terquedad del perro que lo guardaba sin necesidad.
El Perro y la Fuente
En un pequeño pueblo, había una fuente de agua cristalina que abastecía a todos los animales de la región. El agua era fresca y pura, y todos los días, los animales se acercaban para beber y refrescarse. Sin embargo, un día, un perro decidió que sería el guardián de la fuente.
Este perro, aunque no necesitaba más agua que la que bebía diariamente, comenzó a vigilar la fuente con celos y no permitía que otros animales se acercaran a ella.
Una mañana, un zorro sediento llegó a la fuente para beber agua. Pero cuando se inclinó para tomar un sorbo, el perro comenzó a ladrar y a mostrar sus dientes, impidiendo que el zorro bebiera.
—¡No te acerques a esta agua! —gritó el perro—. ¡No es para ti!
El zorro, asustado por la actitud del perro, se alejó de la fuente y se adentró en el bosque sin haber saciado su sed. El perro, orgulloso de su trabajo, se sentó junto a la fuente, vigilando que nadie más se acercara.
Unos días después, un ciervo cansado y sediento decidió acercarse a la fuente para beber. Pero antes de que pudiera tomar un sorbo, el perro se lanzó hacia él, ladrando y ahuyentándolo.
—¡Fuera de aquí! —ladró el perro—. ¡Esta agua no es para ti tampoco!
El ciervo, sin otra opción, se alejó, dejando atrás el agua que tanto necesitaba. El perro, aunque no tenía interés en la fuente más allá de su propia necesidad, no permitía que ningún otro animal se beneficiara de ella.
Los animales del pueblo comenzaron a hablar sobre el comportamiento del perro.
—Es como el perro del hortelano —dijo un cuervo—. Ni bebe toda el agua ni deja que otros lo hagan.
Y así, la fuente, que debería haber sido un lugar de alivio y vida, se convirtió en un lugar de frustración y necesidad para los animales, todo por la terquedad del perro que la guardaba sin razón.
El Perro y el Molino de Granos
En un tranquilo pueblo, había un molino donde los campesinos llevaban su trigo para convertirlo en harina. Un perro vivía en el molino y, aunque no tenía interés en el trigo ni en la harina, se sentía muy protector de su territorio y no permitía que otros animales se acercaran.
Un día, un gallo hambriento se acercó al molino en busca de algunos granos de trigo para picotear. Pero tan pronto como el gallo puso una pata en el molino, el perro comenzó a ladrar furiosamente, impidiendo que el gallo se acercara a los granos.
—¡Vete de aquí! —gritó el perro—. ¡Este trigo no es para ti!
El gallo, asustado, se alejó sin haber comido nada. El perro, satisfecho de haber defendido su territorio, se quedó vigilando el molino, asegurándose de que nadie más se acercara.
Poco después, una ratita que vivía cerca del molino decidió acercarse para llevarse un poco de harina a su nido. Pero cuando la ratita llegó al molino, el perro la vio y comenzó a ladrar, ahuyentándola de inmediato.
—¡No te atrevas a entrar aquí! —ladró el perro.
La ratita, sin otra opción, se marchó rápidamente, dejando atrás la harina que tanto necesitaba. El perro, aunque no tenía interés en la harina, se sentía orgulloso de haber mantenido alejados a los intrusos.
Los animales del pueblo comenzaron a hablar sobre el comportamiento del perro.
—Es como el perro del hortelano —dijo una cabra—. Ni come el trigo ni deja que otros lo hagan.
Y así, el molino, que debería haber sido un lugar de trabajo y sustento, se convirtió en un lugar donde nadie podía beneficiarse de su abundancia, todo por la terquedad del perro que lo guardaba sin necesidad.
El Perro y el Campo de Maíz
En las afueras de un pequeño pueblo, había un extenso campo de maíz que estaba a punto de ser cosechado. Un perro había sido asignado para vigilar el campo y asegurarse de que nadie robara las mazorcas. Aunque el perro no tenía interés en comer el maíz, se tomaba muy en serio su trabajo.
Un día, un ratón vio el maíz fresco y decidió entrar al campo para llevarse algunas mazorcas a su nido. Pero tan pronto como el ratón empezó a recolectar el maíz, el perro apareció ladrando y corriendo hacia él.
—¡Sal de aquí! —ladró el perro—. ¡Este maíz no es para ti!
El ratón, asustado, dejó caer las mazorcas y corrió a esconderse en su agujero. El perro, orgulloso de haber defendido el campo, volvió a su lugar de vigilancia, decidido a no dejar que nadie más se acercara.
Unos días después, una liebre que pasaba por el campo decidió entrar para comer un poco de maíz. Pero cuando la liebre empezó a morder una mazorca, el perro la vio y comenzó a ladrar furiosamente, ahuyentándola de inmediato.
—¡Este maíz no es para ti! —ladró el perro.
La liebre, sin otra opción, salió corriendo del campo, dejando atrás la mazorca que había comenzado a comer. El perro, aunque no tenía ningún interés en el maíz, no permitía que ningún otro animal lo disfrutara.
Los otros animales del bosque comenzaron a hablar sobre el comportamiento del perro.
—Es como el perro del hortelano —dijo un búho—. Ni come el maíz ni deja que otros lo hagan.
Y así, el campo de maíz, que debería haber sido un lugar de abundancia, se convirtió en un lugar donde nadie podía disfrutar de sus frutos, todo por la terquedad del perro que lo guardaba sin razón.
La fábula del Perro del Hortelano nos recuerda que ser generosos y compartir es fundamental para la convivencia. Al evitar el egoísmo, podemos crear un entorno más armonioso y feliz para todos. Reflexionemos sobre esta enseñanza y apliquémosla en nuestra vida diaria.