Sumérgete en el espeluznante cuento del fantasma en la carretera, donde la carretera y el fantasma se convierte en el escenario de un misterio inquietante. Descubre la verdad detrás de este misterioso relato y adéntrate en un mundo lleno de historias de terror en la carretera que te mantendrán en vilo.
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La Noche del Niño en el Bosque
Era una noche de invierno en los primeros años de la década del 80. Un hombre llamado Jorge regresaba a su hogar en Veracruz después de un largo día de trabajo. La lluvia caía intensamente, dificultando la visibilidad en la carretera. Al llegar a las inmediaciones de la pequeña población de Tlacotalpan, Jorge redujo la velocidad de su automóvil, sorprendiéndose al ver, en una curva del camino, a un niño pequeño haciendo señas para que se detuviera.
Jorge frenó suavemente y le hizo una señal para que subiera al vehículo. El niño, empapado de pies a cabeza, se sentó en el asiento del copiloto. Tenía la ropa y el pelo completamente mojados, así que Jorge le ofreció una manta que tenía en el asiento trasero.
—¿Qué hace un niño tan pequeño solo a estas horas de la noche? —preguntó Jorge.
—Es una larga historia —dijo el niño con una voz suave y temblorosa—. Por favor, lléveme a mi casa y te lo explicaré todo allí. Vivo en la calle Flores, cerca del parque central.
—Espero que no esté muy lejos de tu camino —añadió.
—De ningún modo, será un placer llevarte a tu casa —respondió Jorge.
Jorge puso su auto en marcha y, después de un par de horas, cuando se estaba acercando a la dirección que el niño le había indicado, vio una pequeña casa con un jardín bien cuidado y una cerca blanca.
—Gracias por traerme hasta aquí. Si no fuera tan tarde, te invitaría a pasar. Si me visitas mañana, te contaré todo sobre por qué estaba solo en la carretera —dijo el niño.
Jorge se despidió de él y no quiso pedirle que le devolviera la manta, a fin de tener un pretexto para verlo nuevamente. Al otro día, sin poder olvidar la extraña situación, se dirigió a la dirección donde había dejado al niño. Llamó repetidas veces al timbre de la casa, ansioso y nervioso.
Después de un largo tiempo de espera, la puerta se abrió y apareció una mujer anciana, de aspecto cansado, que lo miró con curiosidad.
—Señora, no sé cómo explicarle lo que me ocurrió anoche en una curva de la carretera que va a la costa —empezó a decir Jorge—. Encontré a un niño que me pidió que lo trajera a esta dirección. Lo traje hasta aquí de madrugada y lo dejé.
—Sí, sí, ya lo sé —dijo la mujer con tristeza en sus ojos—. Lo mismo ha pasado otras veces. Ese niño, señor, era mi hijo. Murió hace tres años en un accidente automovilístico en esa misma curva donde usted lo encontró.
Jorge pensó que la anciana, afectada por el dolor, no quería aceptar la realidad. De modo que, con voz firme, dijo:
—Perdone que ponga en duda lo que usted dice, pero el niño era demasiado real como para creer que transporté a un fantasma hasta aquí.
La anciana lo miró con compasión y le contestó:
—No me cree, ¿verdad? Le propongo algo. ¿Por qué no me acompaña al cementerio y le muestro la tumba donde está enterrado mi hijo?
Ambos se dirigieron al cementerio general de la ciudad y, después de atravesar varios senderos entre tumbas y mausoleos, la anciana finalmente le mostró una tumba al ras del suelo con una lápida que tenía la fotografía del niño, junto a una cruz blanca.
—Aquí es donde está enterrado mi hijo —dijo la anciana.
Jorge reconoció la fotografía del mismo niño que había recogido en la carretera, pero lo que hizo que un escalofrío recorriera su espina dorsal fue ver la manta que le había dado al niño colgada en la cruz.
Aquí te dejo otro cuento relacionado a fantasmas en la carretera:
La Mujer del Velo Negro
Fui camionero por varios años en mi juventud. Era un oficio que disfrutaba porque siempre me gustó mucho conducir mi tráiler, sobre todo por las noches. Hay muchos misterios que se esconden en las carreteras cuando la oscuridad nos acecha, cosas sin ninguna explicación. Esta es una de esas historias que me hicieron creer firmemente que el mal y lo paranormal existen.
Recuerdo esa noche. Venía conduciendo mi tráiler por alguna de las carreteras de México. No recuerdo exactamente en cuál fue, pues sucedió hace muchos años. Venía ya algo cansado y todavía me faltaban algunas horas para llegar a mi destino. Era de madrugada y aún faltaba un buen rato para que amaneciera. De pronto, vi a una mujer haciéndome señas. Quería que le diera un aventón. Era una mujer mayor, vestida de una manera muy peculiar, con un velo negro que cubría su cabello y un vestido hasta los tobillos.
Me detuve, pues siempre me detenía cuando alguien necesitaba un aventón. En ese entonces, las carreteras no estaban tan peligrosas como ahora. Ver gente en las carreteras pidiendo aventones era muy común y nunca pasaba nada malo. La mujer abrió la puerta del copiloto y se sentó a mi lado. Cargaba una canasta cubierta con un pañuelo que no me permitía ver qué traía dentro.
—Buenas noches, señora. ¿Qué hace tan tarde en la carretera? ¿Hacia dónde se dirige? —le pregunté.
La señora me contestó de una forma muy grosera:
—No te metas en lo que no te importa. Solo sigue conduciendo.
Me molesté mucho. Pensé que, después de detenerme para ayudarla, no tenía por qué comportarse así. No le di más importancia y seguí conduciendo. Pasó cerca de una hora y ya estábamos llegando a un pequeño pueblo. Le pregunté si allí era donde se dirigía, pero me contestó que no y que siguiera conduciendo. Ya estaba algo intrigado, pues ¿qué hacía una señora caminando tan lejos de su casa en medio de la nada y a esas horas tan tarde?
El camino fue muy incómodo. La señora se negaba a hablar conmigo. No decía ni una sola palabra, solo iba sentada viendo hacia enfrente, sin moverse, completamente callada y seria. Al cabo de unos minutos, con un tono cortante y autoritario, me dijo:
—Bájame aquí.
Lo extraño era que estábamos otra vez a mitad de la carretera, en medio de la nada, con solo monte alrededor. Le respondí:
—Señora, no puedo bajarla aquí. Es muy peligroso, pues pueden salir animales o, yo qué sé, puedo acercarla más a su destino si lo desea.
—Este es mi destino para ti. —respondió ella.
Solo obedecí, pues no quería que pensara que no la quería dejar ir. Me orillé y la señora se bajó sin decirme nada, ni un gracias ni hasta pronto. Solo se bajó y comenzó a caminar hacia el monte, adentrándose cada vez más hasta que se perdió de vista. Estaba muy confundido, pero decidí retirarme de allí. Pasaron las horas y esa noche extraña terminó cuando llegué a mi destino. Hice mis cosas, descansé un poco y me fui de regreso.
De regreso, empezaron a pasar cosas muy extrañas en mi tráiler. Lo primero fue un olor asqueroso, indescriptible, como un animal pudriéndose. No sabía de dónde provenía. Al llegar a casa, lo llevé a lavar por dentro y por fuera, pero ni lavándolo se le quitó. Tenía que seguir trabajando, pues de eso vivía y tenía que mantener a mi familia. Aguanté el olor desagradable en el siguiente viaje, pero todo empeoró.
Mi tráiler se llenó de cucarachas y arañas, tanto en la cabina como en la caja. Intenté fumigar varias veces, pero fue inútil. Un día, cuando iba conduciendo por la carretera, el volante se quedó inmóvil. No podía maniobrarlo. Alcancé a frenar antes de llegar a una peligrosa curva y pude evitar un terrible accidente. Al llevarlo al mecánico, me dijo que no había explicación, pues estaba en perfecto estado.
Seguí trabajando con una sensación extraña de peligro. La gota que derramó el vaso fue que una noche, los frenos dejaron de funcionar y me estrellé contra unos árboles. Aunque tuve algunas fracturas, no me sucedió nada grave, pero aquello fue el colmo. Mi mujer me dijo que tal vez alguien me había hecho brujería y me preguntó si alguna vez en mis viajes me había pasado algo inusual. Recordé a la señora que subí al camión y que desde esa noche comenzó todo.
Mi mujer insistió en llamar a un sacerdote para bendecirnos y deshacerme del tráiler. Fui con el cura y me deshice de mi camión. Duré mucho tiempo sin volver a conducir uno, pues tenía traumas y no tenía dinero para comprar otro. Después de dos años, regresé al oficio con un nuevo camión y ya no volvió a pasarme nada de ese tipo. Ni malos olores ni fallas inexplicables.
Despues de haber visto los cuentos del fantasma de la carretera y adentrarte en una historia que combina misterio y terror. Este cuento corto revela los secretos de una carretera abandonada, dejándote con escalofríos y reflexiones. Comparte esta intrigante historia que cambiará tu percepción de las carreteras solitarias y la de tus amigos.
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