Cuento de la Casa Embrujada

El cuento de la Casa Embrujada nos transporta a una mansión oscura y llena de misterios. A través de este relato, descubrirás los secretos que se ocultan tras las paredes de una casa olvidada por el tiempo. Prepárate para una historia llena de suspenso y emociones.

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El misterio de la Casa Embrujada en la Colina

En lo alto de una colina solitaria, rodeada de árboles oscuros y enredaderas, se alzaba una casa antigua que todos en el pueblo evitaban. A lo largo de los años, había ganado la reputación de ser una casa embrujada, y los pocos valientes que se atrevían a acercarse juraban haber escuchado susurros en las paredes y visto sombras extrañas en las ventanas rotas.

La historia de la casa en la colina era conocida por todos, pero pocos hablaban de ella. Se decía que hacía muchos años, una rica familia llamada Los Villiers vivió allí. Eran conocidos por su fortuna, pero también por los secretos oscuros que rodeaban sus vidas. Una noche, sin explicación, toda la familia desapareció, y la casa quedó vacía desde entonces. Algunos decían que el espíritu de Don Manuel Villiers, el patriarca, aún vagaba por los pasillos, buscando respuestas sobre su misteriosa desaparición.

Un joven llamado Samuel, recién llegado al pueblo, escuchó la historia de la casa embrujada. Al ser escéptico por naturaleza, no creía en fantasmas ni en leyendas. Decidido a demostrar que todo era una superstición, decidió visitar la casa en la colina. Pensó que, si lograba pasar una noche allí, podría acabar con los rumores y demostrar que no había nada más que una vieja mansión en ruinas.

Una tarde nublada, Samuel se armó con una linterna y una mochila, y comenzó su caminata hacia la casa embrujada. Mientras subía la colina, el viento soplaba con fuerza, haciendo crujir las ramas de los árboles como si fueran susurros que lo advertían. Al llegar, se quedó parado frente a la casa, observando su fachada oscura y deteriorada. Las ventanas, cubiertas de polvo, reflejaban la luz tenue del atardecer, y la puerta de madera parecía haber estado cerrada durante siglos.

Con un suspiro de determinación, Samuel empujó la puerta, que se abrió con un chirrido largo y espeluznante. El interior de la casa estaba cubierto de polvo, y el aire olía a humedad y abandono. Los muebles antiguos estaban esparcidos por el suelo, y las cortinas, deshilachadas por el tiempo, colgaban en las ventanas. A pesar del aspecto lúgubre, Samuel no sintió miedo. Solo curiosidad.

Encendió su linterna y comenzó a explorar los pasillos oscuros. A medida que caminaba, el sonido de sus pasos resonaba en las paredes vacías, y el viento que se colaba por las grietas en las ventanas hacía que las cortinas ondearan suavemente, como si estuvieran vivas. Sin embargo, algo comenzó a inquietarlo. En varias ocasiones, creyó escuchar pasos detrás de él, pero cuando se daba la vuelta, no veía a nadie. Pensó que era su imaginación jugándole una mala pasada.

Al llegar al salón principal, vio un gran espejo antiguo colgado en la pared. El marco de oro estaba cubierto de telarañas, pero el cristal brillaba de manera extraña. Al acercarse, notó algo que lo hizo detenerse. En el reflejo del espejo, vio una figura oscura de pie en la entrada del salón. Samuel se giró rápidamente, pero no había nadie allí.

Decidido a no dejarse intimidar por lo que él consideraba ilusiones, continuó su exploración. Subió las escaleras que crujían bajo su peso, y al llegar al segundo piso, encontró las habitaciones donde solían dormir los miembros de la familia Villiers. Al entrar en una de ellas, vio una cama antigua con sábanas amarillentas, cubiertas de polvo. Sin embargo, lo que más le llamó la atención fue un diario abandonado sobre una mesa de noche.

Samuel lo recogió y lo abrió con cuidado. Las páginas estaban desgastadas, pero aún podían leerse. El diario pertenecía a Isabel Villiers, la hija menor de la familia. En él, relataba extraños sucesos que habían ocurrido en la casa antes de la desaparición de su familia. Describía pesadillas recurrentes, en las que una sombra oscura la acechaba en los pasillos. A medida que leía, Samuel sintió un escalofrío recorrer su cuerpo.

Justo en ese momento, un fuerte golpe resonó en el piso de abajo. Alarmado, Samuel bajó rápidamente las escaleras, solo para encontrar la puerta principal abierta de par en par, como si alguien hubiera salido apresuradamente. Corrió hacia la entrada, pero cuando miró afuera, no había nadie. El viento seguía soplando con fuerza, pero el resto del paisaje estaba en completo silencio.

A medida que avanzaba la noche, Samuel comenzó a notar más cosas extrañas. Los susurros que había oído antes eran ahora más claros, como si alguien estuviera hablando cerca de él. Las sombras en las paredes parecían moverse por su cuenta, y las habitaciones que antes parecían vacías, ahora daban la impresión de estar llenas de presencias invisibles.

Decidido a no ceder al miedo, Samuel volvió al salón principal, donde se encontraba el gran espejo. Esta vez, en lugar de una figura oscura, vio algo aún más perturbador: su propio reflejo, pero con un rostro que no era el suyo. El rostro en el espejo estaba pálido, con ojos vacíos y una expresión de terror absoluto.

Con el corazón latiendo aceleradamente, Samuel apartó la mirada del espejo y decidió que había tenido suficiente. Mientras recogía sus cosas para marcharse, la puerta del salón se cerró de golpe, atrapándolo dentro. El aire se volvió pesado, y la sensación de ser observado era ahora ineludible.

De repente, las luces de su linterna comenzaron a parpadear, y los susurros se convirtieron en voces claras, llamándolo por su nombre. Samuel se giró en todas direcciones, pero no podía ver a nadie. Desesperado, intentó abrir la puerta, pero estaba cerrada con fuerza, como si una mano invisible la estuviera sujetando.

—¿Quién está ahí? —gritó, pero no obtuvo respuesta.

De la nada, una sombra oscura emergió del rincón más profundo del salón, tomando forma lentamente. La figura era alta, envuelta en lo que parecía ser una niebla densa. Sus ojos brillaban con un resplandor espectral, y su presencia llenó la habitación de un frío glacial. Samuel, paralizado por el terror, intentó moverse, pero sus piernas no respondían.

La sombra avanzó lentamente hacia él, y cuando estaba a solo unos pasos, una voz profunda y escalofriante llenó la habitación:

—Has perturbado mi descanso.

Samuel comprendió entonces que no estaba solo. El espíritu de Don Manuel Villiers había estado vigilando la casa todo el tiempo, protegiéndola de cualquier intruso. Con una fuerza que no sabía que tenía, Samuel consiguió retroceder y lanzó su linterna hacia la sombra. Sorprendentemente, la luz de la linterna atravesó al espíritu, disipando la oscuridad por un breve instante.

Aprovechando ese momento, Samuel corrió hacia la puerta, que ahora se abrió de golpe. Sin mirar atrás, salió de la casa y corrió colina abajo, mientras las voces y sombras parecían seguirlo en la oscuridad.

Cuando finalmente llegó al pueblo, exhausto y tembloroso, supo que nunca volvería a acercarse a la casa en la colina. Aunque no le creyeran, había visto lo suficiente para saber que las leyendas eran ciertas. La casa embrujada guardaba un secreto que nunca debía ser desenterrado.

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Esperamos que el cuento de la Casa Embrujada te haya mantenido intrigado hasta el final. Las historias de casas misteriosas siempre nos recuerdan que lo desconocido guarda secretos inesperados. ¡Gracias por acompañarnos en esta espeluznante aventura!

Fin.